Performance - El Baúl Ambulante - Bogotá 2016
En la
performance El baúl ambulante, la acción más importante no es la mía como
performer, son las reacciones del público frente a la intervención de los
espacios. Quise hacer una reflexión sobre el rol del cuerpo desde diferentes
puntos de vista, de la que surgió la idea de estar aprendiendo fórmulas para sanar lo individual desde lo
colectivo y lo colectivo desde lo individual. Al principio, buscaba sanar cosas
particulares, pero interactuando con los demás. No pretendí que esta fuera un
monólogo, sino que la relación con el otro fuera la que diera el significado a
la acción. El baúl ambulante, tuvo la intención de regalar, de compartir las
cargas, cosas que eran inútiles para mí, podrían ser útiles para otros y eso es
importante. No quise decidir sobre los objetos arbitrariamente y volverlos
basura.
Imagen 15. Performance El baúl ambulante. Febrero 2016. Calle
11 con Carrera 6. Bogotá. Fotos: Vivian Vásquez Montoya
Me metí dentro de un baúl, debajo de una señal de
transito, en la Calle 11 con carrera 6, en La Candelaria. Justo debajo de una
señal de PARE y al baúl le puse un texto que dice …Y LLÉVESE UN REGALO, como
continuación del PARE. Durante horas, fui una estatua viviente, que solo se
movía cuando alguien se acercaba a preguntar: ¿Qué está pasando? La estatua se
animaba e invitaba a los que se acercaban a que eligiera lo que más le llamara
la atención. El regalo era el objeto y la historia del objeto. Yo le contaba a
cada persona cómo había llegado el objeto que eligió a mi vida. Entre las cosas
que pasaron con la gente, aprendí que uno no puede determinar el nivel de
importancia de las cosas, por lo mismo, porque lo que para uno es inútil, para
otras personas es muy importante. Para una señora, un muñeco le parecía un
tesoro porque se lo iba a llevar a su hijo. El carácter de los objetos, tenía
que ver con el nivel socio-económico aparente de la gente que se acercaba. Al ser
una estatua viviente, me convertí en el hombre sándwich del que habla Benjamin,
el que en sí mismo, es el soporte de la publicidad del producto que ofrece (Buck-Morss,
1995, p. 335). Unas señoras quisieron darme dinero a la fuerza, como si mi
acción fuera un acto desesperado de hambre. Otra señora, vio un muñeco ahí, un
tesoro ganado para su hijo, quien con un uniforme de mucama, agradeció
intensamente mi acción como un acto generoso. Me di cuenta de que la
subjetividad no tiene valor colectivo, eso hace que uno empiece a romper
barreras frente a los gustos del otro y aprenda a tolerarse, además de respetar
la visión que los otros tienen de las cosas, de acuerdo a su forma de habitar
el mundo. Unos tienen una idea de la imagen, según su posición económica. Unas
señoras vieron en mi un acto desesperado de pobreza, mientras que una persona
que trabaja como empleada doméstica, vio en mi pura generosidad. La artista que
tomaba fotos a lo que pasaba, entendió claramente que se trataba de una
performance.
Imagen 16. Performance El baúl ambulante. Febrero 2016. Calle
11 con Carrera 6. Bogotá. Fotos: Vivian Vásquez Montoya
Lo subjetivo no tiene valor colectivo, a menos que la idea individual sea una propuesta aceptada como un acuerdo entre grupúsculos, o sea impuesta como ley y única verdad hasta volverse imaginario. Fue un ejercicio en el que quedó claro que todos tenemos percepciones de las cosas, según el entorno que nos habita y que la comunicación es asertiva, cuando el mensaje de la creación artística es tan profundo, que supera el contrato de lectura meramente semiótico, para llevarla a un plano más profundo que es el de la emoción y más profundo, el del espíritu. La imagen no es lo que parece, es dialéctica (Benjamin, 2005, p. 699) y su puesta en escena responde al impulso del discurso eco-sistémico que habita al espectador. Ese instante, es como un oráculo, en el que se ve lo que cada uno necesita, incluyéndome como artista, a la camarógrafa, a los invitados y a los espectadores incautos de la pieza estética, la que apareció como un obstáculo disfrazado de baúl en una esquina de La Candelaria, tratando de liberarse de cosas viejas. Cuando fui una estatua, solo yo era consciente del ritual y de su intención sanadora y al involucrarme con el otro que se acercó, ya éramos dos recibiendo una sanación, por el acto mismo de captar la atención como una obra artística o por invitar con una estética a la ruptura de la cotidianidad para que el transeúnte recibiera otro tipo de mensaje, ojalá inolvidable. La transgresión del espacio público, ya es un acto que se hace digno de recordar. El éxito del artista, consiste en aprovechar al máximo esa transgresión con el mejor y más completo de los mensajes, para eternizar la acción con el caer en cuenta del espectador, por más pequeño que sea.
Manuel Hernández, define el caer en cuenta, como el acto de correr la cortina de la costumbre, la doctrina, la clasificación o el miedo, que se puede dar con pequeñas dosis de citas bibliográficas relacionadas con la historia personal y colectiva, que al cruzarse sobre nosotros como si fuéramos nodos intermodales de las ciudades, nos permite ver mucha de la información que nos llega en dimensiones múltiples sobre lo mismo. El caer en cuenta, es la liberación de puras cadenas de información, externas, ciertas y falsas, como pruebas de verdades diversas que se anulan solas cuando se cruzan entre si sobre nosotros y nos obliga a discernir un concepto propio de nuestro sentir frente a la ciudad, la naturaleza y el Universo. Es una definición implícita del fin de los Pasajes de Benjamin, como una apuesta que involucra la dinámica de las grandes ciudades en la construcción del pensamiento filosófico contemporáneo.
Ayala, M. (2019). El hueco de la Candelaria y la espiral sonora por Bogotá. (Tesis de Maestría). Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Facultad de Artes ASAB. Bogotá, Colombia.
Benjamin, W. (2005).
Libro de los Pasajes. Madrid: Editorial Akal.
Buck-Morss, S. (1995). Dialéctica de la Mirada. Walter Benjamin y el libro de los pasajes.
Madrid: La Balsa de la Medusa, editorial.
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