Ayer, era otro día y el mismo de hoy. Ayer era tango y milonga, bambuco, pasillo, jazz, rock, metal, joropito, torbellino, salsa, champeta, ska, espíritu. Cuerdas musicales, vocales, matemáticas, esperadas e inesperadas, azar y partitura, lista de listas de canciones por cantar, tocar, componer. Refundidas en el deseo del éxito y la diferencia sin llegar a mucho o a todo, un poco más cerca del reconocimiento y un poco más lejos de la supervivencia. Así estuve durante años como una soñadora bogotana que esperaba romper las fronteras invisibles del camino a Tunja, de la Calle Real y la Carrera tercera. Mis hormonas fueron cambiando al ritmo de los desplazamientos entre estratos por la Séptima, del Centro al Norte, del Norte al Centro. La dialéctica de los viejos buses que cambiaban de público en el Centro Internacional al lado de una estudiante de Universidad pública que aspiraba a ser alguien importante entre ecuaciones diferenciales, transformadas de Fourier y acordes de guitarra.
Durante esos viajes, mientras decidía si entraba a clase de circuitos digitales o si me quedaría en el corredor tocando guitarra, conocí en un disco de Carlos Rocca Lynn, la música de Abel Fleury, eminencia de la guitarra Argentina que contaba la historia de los campesinos de la primera mitad del Siglo XX entreverada entre milongas y acordes de guitarras. Me enamoré por primera y única vez de una pieza que siempre me acompaña así olvide o recuerde todo el repertorio de todo: Milongueo del Ayer. Una pieza sencilla, corta y dulce, como una canción de cuna en La menor, que cuenta en tres variaciones que se mueven todo el tiempo entre tónica y dominante, el galope de los caballos, las danzas milongueadas alrededor de los fogones que calientan el viento de la Pampa, el tren llegando a Dolores y la fuerza de los libres del sur, quienes darían inspiración a este maravilloso compositor dolorense, casi pionero de los ensambles y orquestas de guitarra como indios galopando por la libertad.
Eran los primeros años de Internet pública y buscando la partitura de esta milonga, conocí a Sergio Moldavsky, guitarrista e investigador argentino que había publicado un CD con la música de Fleury y quien me compartió algunas partituras e historias de la guitarra en Argentina. Luego, lo busqué en Buenos Aires y tuvimos la fortuna de compartir por la Avenida San Juan, hasta Boedo. Sin entrar a la Esquina Homero Manzi, doblamos por Boedo hacia otro restaurante cuyo nombre no recuerdo, al que me dijo Sergio, van los maestros de la guitarra a hablar sobre guitarra.
Y como dijo Ferrer: "Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese... que se yo..."
La Guitarra - Jorge Luis Borges
He mirado la Pampa
desde el traspatio de una casa de Buenos Aires.
Cuando entré no la vi.
Estaba acurrucada
en lo profundo de una brusca guitarra.
Sólo se desmelenó
al entreverar la diestra las cuerdas.
No sé lo que azuzaban;
a lo mejor fue un aire del Norte
pero yo vi la Pampa.
Vi muchas brazadas de cielo
sobre un manojito de pasto.
Vi una loma que arrinconan
quietas distancias
mientras leguas y leguas
caen desde lo alto.
Vi el campo donde cabe
Dios sin haber de inclinarse,
vi el único lugar de la tierra
donde puede caminar Dios a sus anchas.
Vi la Pampa cansada
que antes horrorizaban los malones
y hoy apaciguan en quietud maciza las parvas.
De un tirón vi todo eso
mientras se desesperaban las cuerdas
en un compás tan zarandeado como éste.
(La vi también a ella,
cuyo recuerdo aguarda en toda música).
Hasta que en brusco cataclismo
se apagó la guitarra apasionada
y me cercó el silencio
y hurañamente tornó el vivir a estancarse.